La historia de Cerezo de Río Tirón y su comarca no se inicia con la irrupción de las legiones romanas, ni siquiera con la emergencia de Castilla como entidad política diferenciada. El paisaje que hoy se nos presenta es, en realidad, el resultado de milenios de ocupación humana, un intrincado palimpsesto donde cada cultura ha dejado su impronta, a veces de forma monumental y visible, otras de manera más sutil y soterrada. Antes de que Roma impusiera su ley, su lengua y su modelo civilizatorio, otros pueblos, con sus propias lenguas y costumbres, habitaron estas tierras, explotaron sus variados recursos y construyeron sus sociedades. Este capítulo se propone explorar esas capas más antiguas de la historia comarcal, desde los enigmáticos habitantes originarios hasta la profunda y duradera transformación que supuso la romanización.
Comprender el legado prerromano y, sobre todo, el romano es fundamental para una cabal interpretación de la posterior evolución de Cerasio y su entorno. Elementos como las vías de comunicación, los patrones de asentamiento e incluso ciertas estructuras defensivas o urbanas de épocas posteriores a menudo se superpusieron o reutilizaron de forma ingeniosa componentes preexistentes. Rastrear estas huellas nos permitirá apreciar la notable profundidad temporal del enclave de Cerezo y valorar cómo su pasado más remoto condicionó y, en muchos sentidos, enriqueció su singular devenir medieval y moderno. Como se explorará, y en línea con los argumentos de la investigación base de esta obra (ver planteamiento inicial sobre Auca Patricia y sus fuentes), este pasado remoto condicionó de forma significativa la trayectoria histórica de la región.
Las fuentes clásicas grecolatinas, pese a su habitual laconismo y, en ocasiones, imprecisión geográfica cuando se refieren a los pueblos del norte de Hispania, nos informan que la región donde se asienta Cerezo estaba poblada en la Edad del Hierro por el pueblo de los autrigones. Estos, según interpretaciones mayoritarias, formarían parte de un conglomerado de tribus de raíz cántabra o celtíbera que ocupaban un extenso y variado territorio en el norte de la Península Ibérica. Su cultura material, inferida a partir de los hallazgos arqueológicos en áreas limítrofes, se caracterizaría por el establecimiento de asentamientos fortificados en altura, los conocidos castros, desde los cuales ejercerían un control efectivo sobre su entorno inmediato y sus principales recursos ganaderos y agrícolas.
Resulta plausible, por tanto, imaginar la existencia de varios de estos castros en la comarca de Cerezo; un hipotético 'Castro de la Muela' o un asentamiento similar en un lugar como 'Peña Amaya' (nombres utilizados aquí con fines ilustrativos) servirían como ejemplos de este tipo de poblamiento, dominando estratégicamente los valles y las rutas naturales de comunicación. La economía de estas comunidades se basaría, previsiblemente, en una agricultura cerealista de secano, una ganadería diversificada (ovina, caprina, bovina) y la explotación de los abundantes recursos forestales. La metalurgia del hierro, tecnología clave de la época, les permitiría fabricar tanto herramientas para el trabajo agrícola como armamento para la caza y la guerra. Desde el punto de vista social, se organizarían en clanes o unidades tribales cohesionadas, con una élite guerrera que ostentaría el liderazgo.
Los autrigones, lejos de constituir un ente aislado, mantenían contactos fluidos —a veces pacíficos y comerciales, otras inevitablemente hostiles— con sus diversos vecinos: los turmogos al sur, los berones al este (en la actual Rioja) y los belicosos cántabros al norte. Estas interacciones implicarían no solo intercambios comerciales rudimentarios de bienes y materias primas, sino también, con seguridad, disputas territoriales por el control de pastos, zonas de caza o pasos montañosos estratégicos. Este complejo mosaico de pueblos prerromanos, con sus afinidades y rivalidades, sería el que encontrarían las primeras avanzadillas y, posteriormente, las legiones de Roma a su llegada a la región.
La conquista romana del norte de Hispania fue un proceso prolongado y extraordinariamente arduo, que se extendió de forma intermitente durante casi dos siglos, culminando de manera definitiva con las Guerras Cántabras bajo el principado de Augusto (29-19 a.C.). Aunque los detalles específicos de la sumisión de los autrigones y la ocupación militar de la comarca de Cerezo son escasos en las fuentes, es altamente probable que esta área, por su innegable valor estratégico como nudo de comunicaciones naturales, no pasara desapercibida para la maquinaria expansiva de Roma. La resistencia de los pueblos locales, aguerridos, conocedores del terreno y acostumbrados a un modo de vida austero y belicoso, debió ser considerable, como lo fue en toda la franja cantábrica.
Una vez pacificada la región e impuesto el dominio romano, se inició un profundo proceso de transformación territorial, económica y cultural. Se desarticularon las antiguas estructuras tribales y gentilicias, y el territorio fue integrado en la nueva y eficiente organización administrativa provincial del Imperio. Se fomentó, mediante incentivos y a veces por la fuerza, la sedentarización de las poblaciones en zonas más llanas y fértiles, y se desarrollaron nuevos centros urbanos de corte romano o se romanizaron intensamente los núcleos preexistentes más importantes. La construcción de una red de calzadas, como la que ocupa un lugar central en este libro, fue un elemento clave de esta política imperial, facilitando no solo el movimiento de tropas y la recaudación de impuestos, sino también la administración del territorio y el florecimiento del comercio.
Bajo el control romano, la explotación de los recursos naturales (agricultura extensiva, ganadería, y posiblemente minería en áreas cercanas si los hubiera) se intensificó y racionalizó. Se introdujeron nuevas técnicas agrícolas, como el arado romano o sistemas de irrigación, así como nuevos cultivos (vid, olivo a gran escala) y formas de propiedad de la tierra, destacando el modelo de las villas rústicas. Progresivamente, el latín se difundió como lengua vehicular de la administración, el comercio y la cultura, y las costumbres, la religión politeísta (posteriormente el cristianismo) y el derecho romanos comenzaron a permear la sociedad indígena. Este proceso de aculturación, aunque desigual en su intensidad y cronología según las zonas, transformaría irreversiblemente el panorama social y cultural de la comarca.
Uno de los legados más perdurables, visibles y significativos de la presencia romana en la región de Cerezo es, sin duda alguna, la importante calzada conocida como la Vía Ab Asturica Burdigalam o, en otros tramos, como parte de la red que conectaba Italia con el noroeste de Hispania. En el segmento que directamente nos concierne, esta vía comunicaba Deobriga (cuya ubicación exacta aún se debate, aunque comúnmente se sitúa cerca de Miranda de Ebro) con Tritium Magallum (actual Tricio, en La Rioja), y desde allí se proyectaba hacia centros de la relevancia de Caesaraugusta (Zaragoza) o Asturica Augusta (Astorga). La identificación precisa de su trazado original y la localización exacta de las mansiones o estaciones intermedias (mutationes y mansiones) ha sido, y sigue siendo, objeto de intenso debate académico, como se refleja en los análisis detallados presentados en el estudio crítico de las fuentes de este libro.
La tesis central que se defiende en esta investigación, fundamentada en la relectura de los itinerarios antiguos (como el de Antonino) y en la interpretación de la evidencia arqueológica y toponímica sobre el terreno, sitúa a Auca Patricia / Cerezo de Río Tirón (ver descripción y dimensiones de Auca Patricia) no como un mero desvío o una estación secundaria, sino como un nudo viario crucial en esta importante arteria del Imperio. Se argumenta que la calzada principal discurría por el corazón de la comarca cerezana, aprovechando los corredores naturales que ofrecía el valle del Tirón y conectando de manera lógica los principales núcleos de población y los centros productivos de la zona.
La existencia y el mantenimiento de esta calzada no solo facilitaron la romanización inicial y el control militar del territorio, sino que también aseguraron la importancia estratégica de la zona durante los siglos venideros. De hecho, ya en la Alta Edad Media, esta misma infraestructura fue ampliamente reutilizada como una de las principales rutas de peregrinación hacia Santiago de Compostela y continuó siendo vital para el tránsito de ejércitos, mercancías y personas. Los vestigios de esta vía, como posibles puentes, algunos tramos empedrados conservados o la hipotética presencia de miliarios, constituyen testimonios arqueológicos de primer orden que merecen una investigación continuada.
La identificación de la Auca Patricia, mencionada con recurrencia en las fuentes antiguas y medievales, con el extenso y significativo yacimiento arqueológico localizado en el término municipal de Cerezo de Río Tirón es una de las tesis fundamentales de este estudio. Esta propuesta se apoya firmemente en las interpretaciones pormenorizadas que se ofrecen en nuestra argumentación sobre la localización de Auca y el origen de Castilla.
Desde una perspectiva estrictamente arqueológica, los argumentos que avalan la candidatura de Cerezo como el emplazamiento de Auca Patricia se basan en la monumentalidad y la vasta extensión de los restos de época romana allí documentados. Estamos hablando de una ciudad que, según las estimaciones, ocupaba unas 144 hectáreas, caracterizada por un urbanismo planificado de tradición romana, con un cardo y un decumanus maximus de aproximadamente 1200 metros de longitud cada uno. A esto se añade la constatación de potentes murallas de hormigón romano (opus caementicium) y la presencia de grandes edificios públicos como el teatro y el circo, cuya existencia se infiere de la topografía y de hallazgos dispersos. Estos elementos, en su conjunto, sugieren un centro urbano de primer orden, con el rango y las funciones de una "civitas patricia", estatus que la diferenciaría notablemente de una simple mansión viaria o un pequeño núcleo rural (para un análisis de otras teorías, ver el debate sobre su localización).
El debate sobre la ubicación exacta de Auca ha sido, ciertamente, largo y complejo, habiéndose propuesto otras localizaciones alternativas, como Villafranca Montes de Oca. Sin embargo, se argumenta con vehemencia que ninguno de estos otros emplazamientos presenta, hasta la fecha, la magnitud y la concentración de evidencia arqueológica que atesora el yacimiento de Cerezo. Por ello, la necesidad de acometer excavaciones arqueológicas sistemáticas y científicamente planificadas en Cerezo se considera perentoria, no solo para confirmar definitivamente esta identificación, sino también para comprender en toda su dimensión la importancia y la evolución de Auca Patricia en el contexto de la Hispania Romana.
Además del gran núcleo urbano que se postula fue Auca Patricia en el actual Cerezo, es altamente esperable que la comarca circundante albergara una red de asentamientos y vestigios romanos de menor entidad pero igualmente significativos para comprender la articulación del territorio. La explotación agrícola intensiva del entorno se realizaría, con toda probabilidad, a través de numerosas villas rústicas. Estos centros agropecuarios, característicos del poblamiento rural romano, combinarían una residencia más o menos lujosa para el propietario (pars urbana) con las instalaciones necesarias para la producción, transformación y almacenamiento de los productos agrícolas y ganaderos (pars rustica). Hipotéticas explotaciones agrícolas, que podríamos denominar a modo de ejemplo 'Villa Rústica de Campos Negros' o 'La Vega Fértil', podrían haber salpicado el paisaje, dedicadas al cultivo extensivo de cereal, al pujante viñedo y quizás al olivo, así como a la cría de ganado.
También podrían haber existido asentamientos menores de tipo vicus (aldeas o pequeñas agrupaciones de casas y talleres) estratégicamente situados a lo largo de la calzada principal o en cruces de caminos secundarios, funcionando como centros de redistribución local o de servicios para los viajeros. Necrópolis asociadas tanto a la ciudad principal como a estos núcleos rurales y villas han de existir igualmente, y su estudio aportaría información crucial sobre las gentes que habitaron esta tierra. Restos de infraestructuras complementarias, como puentes menores para salvar arroyos, posibles presas o azudes para irrigación, o incluso indicios de explotaciones mineras (si los recursos geológicos locales lo permitían, como canteras de piedra), podrían completar el panorama de la intensa romanización que experimentó la comarca.
La prospección arqueológica sistemática de toda la región de Cerezo, extendiéndose más allá del perímetro de la antigua Auca, resulta fundamental para identificar estos sitios menores, cartografiarlos y evaluar su potencial. Cada hallazgo, por modesto que pueda parecer, es una pieza más en el complejo rompecabezas de la ocupación y explotación del territorio en época romana, y puede aportar información valiosísima para reconstruir el paisaje y la economía antiguos.
El profundo impacto de la romanización y la herencia, más sutil pero persistente, de los pueblos prerromanos no se desvanecieron con la crisis y eventual caída del Imperio Romano de Occidente en el siglo V. Durante la Alta Edad Media, muchas de estas huellas no solo persistieron, sino que condicionaron de manera significativa el desarrollo posterior de Cerasio y su entorno. Las antiguas vías de comunicación romanas, por ejemplo, gracias a su sólida construcción, continuaron siendo las principales arterias de tránsito y comunicación, como se evidencia de forma palmaria con la ruta del Camino de Santiago, que en gran medida reutilizó estos trazados imperiales.
Es altamente probable que numerosos núcleos de población altomedievales, tanto aldeas como centros monásticos, se asentaran sobre antiguas villas romanas o incluso sobre los restos de castros prerromanos. Estos emplazamientos ofrecían ventajas evidentes: ruinas que servían como cantera de materiales de construcción ya elaborados, posiciones estratégicas previamente seleccionadas por su valor defensivo o su control de recursos, y tierras que, aunque quizás abandonadas temporalmente, habían demostrado su fertilidad. Incluso la propia estructura del Alcázar de Cerasio, como se ha sugerido, podría haberse erigido sobre los restos de la acrópolis o alguna zona noble de la ciudad romana, reutilizando sus cimientos y materiales más nobles, tal como se consideró en la descripción de la construcción del Alcázar de Cerasio.
En el ámbito cultural y social, la transformación fue igualmente profunda pero con inercias evidentes. La lengua latina, vulgarizada y fragmentada, evolucionaría lentamente hacia el romance castellano, pero este conservaría una fortísima impronta léxica y estructural de su origen latino. Topónimos de raíz prerromana o directamente latina podrían haber perdurado a lo largo de los siglos, adaptados fonéticamente a la nueva lengua, pero testimoniando la antigüedad de la ocupación. Ciertas prácticas agrícolas, algunas creencias populares o incluso formas de organización social comunitaria también podrían tener sus raíces en este pasado remoto, demostrando una notable continuidad subyacente a pesar de las drásticas transformaciones políticas y religiosas que caracterizaron el tránsito a la Edad Media.
La Cerasio que emerge con fuerza en los albores de la Alta Edad Media, destinada a convertirse en cuna de Castilla y escenario de trascendentales acontecimientos históricos, se asienta, como hemos visto, sobre un profundo y rico sustrato de historia prerromana y, muy especialmente, romana. Los autrigones primero, con su cultura castreña, y el Imperio Romano después, con su apabullante capacidad transformadora, modelaron el paisaje, establecieron rutas de comunicación perdurables, explotaron los recursos naturales e implantaron unas bases sociales y culturales sobre las cuales se edificarían las sociedades posteriores. La monumental Auca Patricia, con su extensa red de calzadas y su indiscutible influencia regional, no fue un simple paréntesis en la historia de la comarca, sino un capítulo fundamental que legó infraestructuras vitales y un modelo de urbanización y administración territorial cuya influencia se rastrea siglos después.
Reconocer y valorar estas sucesivas capas de historia es, por tanto, esencial para una comprensión cabal y profunda de la trayectoria de Cerezo de Río Tirón. El legado antiguo no constituye meramente un prólogo lejano, sino que es una parte integral e indisociable de su identidad y de su posterior desarrollo medieval y moderno. Las investigaciones futuras, particularmente en el campo de la arqueología y la relectura crítica de las fuentes, poseen la llave para continuar desvelando estas conexiones profundas, para matizar nuestras interpretaciones y para enriquecer, aún más si cabe, la ya de por sí fascinante narrativa de este enclave histórico singular.