Recuperando la Memoria de la Hispanidad Castellana

Nuestra cultura Hispana, nuestro idioma Castellano atesora bajo sus cimientos siglos de memoria dormida. Comprender quiénes somos y adónde nos dirigimos exige desenterrar nuestro pasado más profundo. Las fuentes escritas, a menudo fragmentarias, se complementan —y a veces se corrigen— con la arqueología, que nos permite asomarnos a los «siglos oscuros» y descubrir que, lejos de carecer de luz, fueron un puente decisivo hacia nuestro presente y futuro.

Estudiar el tránsito entre la Tardoantigüedad y la plena Edad Media en la primitiva Castilla es un desafío apasionante. La escasez documental refuerza la urgencia de excavar con rigor: cada pala que remueve la tierra desvela hallazgos irrepetibles y destruye a la vez un fragmento del registro. Por eso, cada pieza se registra con meticulosidad, cada texto se coteja con la piedra.

En el mapa de esta historia rota sobresale un enclave decisivo: las imensas ruinas monumentales de Cerezo de Río Tirón. Allí buscadores de verdad han identificado los restos de la antigua Civitate Auca Patricia: sus murallas desgastadas, los arranques de torres, vestigios de calles y edificios. De este yermo de piedras surgieron luego iglesias, cultivos y aldeas. Pero el pulso original aún late bajo el olvido.

La Civitate Auca Patricia fue sede episcopal, un vértice de poder verificado en las actas de los concilios visigodos. Estudiar sus dimensiones (la traza urbana, la extensión de sus murallas) y buscar huellas de su catedral es un empeño que reescribe nuestros mapas mentales.

En el siglo IX, cuando Castilla emergía como proyecto político, personajes como Gonzalo Téllez —conde de Lantarón, Cerezo, Castilla y Álava— y su sucesor Fernando Díaz hijo de Diego Rodriguez Porcelos y Conde de Castilla y Álava tejieron alianzas y defendieron fronteras. Rodrigo primer conde de Castilla y Álava todos sus castillos y sus batallas se inscriben en el Alfoz de Cerezo y Lantarón, fortificado por la trinchera natural como un foso del rio Tirón.

Millones de años antes, los Berones habitaron este territorio; sus vecinos mediterráneos, los Cantabros Caucanos (según Estrabón), compartieron ritos y fronteras. Después vinieron Roma y sus emperadores tardíos; luego los visigodos y sus obispos; y, finalmente, la cultura omeya, que dejó huellas en aljibes y mezquitas reutilizadas.

Comprender este mosaico —de pueblos prerromanos, de legiones y obispados, de condes y reyes— es viajar al origen de la segunda cultura más hablada del mundo: el castellano. Porque el castellano no nació en las cortes, sino en la confluencia de voces que resonaron por primera vez entre las piedras de Cerezo.

Hoy se alza el desafío: volver a tocar esas piedras, descifrar sus inscripciones, reconstruir sus siluetas. De ese trabajo paciente brotará la conciencia de un legado que es nuestro —una historia que reclama ser compartido, protegido y ensalzado como la raíz común de todos los Hispanos.

Castilla: Nacida en el Alfoz de Cerezo y Lantarón

Descubre con nosotros que Castilla nace en el Alfoz de Cerezo y Lantarón, con Cerasio (Cerezo de Río Tirón) erigida como cabeza del naciente condado. Aceptar esta verdad y profundizar en su estudio no es un ejercicio académico sino un acto de unidad: recuperamos aquello que, hace siglos, nos unió bajo un mismo proyecto cultural e idiomático.

Con cada hallazgo, con cada piedra puesta en su lugar, reforzamos los lazos que un día hicieron de esta tierra un crisol de voces. Hoy, más que nunca, necesitamos reencontrar esas raíces para impulsar juntos la construcción de una nueva Hispanidad, una comunidad que recupere su historia, su idioma y su futuro compartido.